sábado, 31 de marzo de 2018

Pascuas de Resurrección


Pasado el sábado, María Magdalena, María la madre de Santiago, y Salomé, compraron perfumes para perfumar el cuerpo de Jesús. Y el primer día de la semana fueron al sepulcro muy temprano, apenas salido el sol, diciéndose unas a otras: ¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del sepulcro? Pero, al mirar, vieron que la piedra ya no estaba en su lugar. Esta piedra era muy grande. Cuando entraron en el sepulcro vieron, sentado al lado derecho, a un joven vestido con una larga ropa blanca. Las mujeres se asustaron,  pero él les dijo: No se asusten. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el que fue crucificado. Ha resucitado; no está aquí. Miren el lugar donde lo pusieron. Vayan y digan a sus discípulos, y a Pedro: Él va a Galilea para reunirlos de nuevo; allí lo verán, tal como les dijo. Entonces las mujeres salieron huyendo del sepulcro, pues estaban temblando, asustadas. Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo.” Marcos 16,1-8
El temor paraliza. El miedo entumece nuestros miembros y nos impide seguir camino, o ver la realidad que nos rodea que es lo mismo. A veces ocurre que la realidad que no queremos ver es la nuestra. Tomar conciencia digamos. El temor no solo paraliza sino que, también, somete. El miedo muchas veces nos hace sumisos, y, otras tantas, nos vuelve paranoicos. Uno teme aquello que desconoce, que apenas percibe, aquello que le es extraño, lejano. Pero también teme aquello que conoce y le duele. Aquello que le encarcela y aprisiona. Se teme el golpe cuando se espera la caricia. El escupitajo cuando se requiere del beso y el abrazo. Temor y miedo que van de la mano. Que son productos de la violencia de años, de siglos. Resultado nefasto de la supremacía de los poderosos. Violencia de ricos para con los pobres, de padres para con los hijos, de varón para con la mujer. Violencia estructurada, violencia acostumbrada, violencia traspasada generación en generación. Teme la mujer. La niña / adolescente / joven / adulta / anciana. Teme luego de tanto oscurantismo y machismo. Ahí están los dedos acusadores, la violencia sustentada en ideologías e interpretaciones sospechosas. Teme la mujer. Teme porque solo ella es condenada a morir a pedradas. Teme porque sabe que puede ser despedida del lecho conyugal por cualquier motivo. Teme porque es abusada, golpeada. Mujer violada y violentada. Mujer cosificada. Mujer objeto y no sujeto, mujer que ha sabido muchas veces en su vida de silencio y frialdad. Y lo tiene tan internalizado, tan metido en su vida, en su cuerpo, en su sangre, que se le escapa la comprensión del misterio de la cual es testigo: ¡Ha resucitado!  No lo comprenden porque, ahora en que se comenzaban a ver a sí mismas como personas, ahora es cuando el temor regresa, vuelve el miedo a hacerse presente. Han asesinado a Jesús. Le han colgado de la cruz. Vuelve a hacerse presente la supremacía de los poderosos. Vuelve la violencia de los ricos para con los pobres, de los padres para con los hijos, del varón para con la mujer. Y tanta violencia de años y de siglos no ha sido en vano. Éstas que habían vuelto a la vida, acuden ahora a visitar un muerto. Tanto es su penar y su pesar. Tanto es el temor que las encadena. Tanto es su miedo, que no alcanzan a entender el misterio: Ha resucitado, no está aquí. Van en busca del crucificado, y se encuentran ahora con la piedra corrida, el sepulcro vacío, el anuncio del mensajero, del envío. Allí donde suponían reinaba la muerte, reina ahora la resurrección y la vida. Y estas mujeres, hasta entonces también muerta, silenciosa y olvidada, reciben la llamada. Vayan y digan. Pero… es tanto el peso, tanta la carga. Son días, años, siglos enteros de opresión. Vidas enteras de silencio y olvido. Tanto, que huyen asustadas del sepulcro. Tanto, que tienen miedo y no dicen nada. ¿Quién les creería? ¿Quién confía en la inocencia, en la no culpabilidad, de tantas mujeres abusadas, violadas, maltratadas, ultrajadas? ¿Quién les quitara el peso que a sus vidas significa la piedra del sepulcro? Y en medio de tantas preguntas surge la respuesta: Aquél que les tomara la mano, aquél que enderezara sus caminos. En medio de la obscuridad más absoluta, irrumpe la luz. A partir de ahora, esta niña / adolescente / joven / adulta / anciana, mujer violada y cosificada, mujer objeto. A partir de ahora, serán trasformadas, restauradas, revividas. Puestas al servicio del reino, a pesar aún de sus miedos y temores. A pesar aún de su silencio jamás podrá callar el milagro obrado en sus vidas por Jesús.  Porque en medio de la realidad de pecado presente en el mundo. En medio de una realidad que nos habla de tantas mujeres que sufren violencia y maltrato físico, sexual y psicológico a lo largo de su vida. De una realidad que nos habla de que tres de cuatro mujeres víctimas de trata lo son con fines de explotación sexual. Que nos habla acerca de un promedio de un femicidio cada treinta horas, de mujeres apuñaladas, golpeadas, estranguladas, incineradas, asfixiadas, ahorcadas, de más de diez violaciones por día. En medio de todo esto, se levanta Cristo ¡el resucitado!  Esta mujer, al igual que María Magdalena, María la madre de Santiago, y Salomé. Son invitadas ahora. A ser testigos del que vive. A levantarse y vivir. Ya no muerta, jamás muerta, sino resucitada a la luz clara, plena, libre para siempre de tinieblas. Llamada al despertar de un día nuevo, una vida nueva. Llamadas y enviadas por Jesús a estar vivas. No más inmóvil, sino transitando el camino cada día. Ya no en silencio, sino alzando la voz y los pañuelos por quien calla todavía.   Ya no en soledad, porque son muchas, compartiendo la marcha y la danza. Ya no olvidada, sino recordada y presente en sus palabras y gestos. Anticipando reencuentros y sonrisas como anticipo del reino. Amén.


viernes, 30 de marzo de 2018

Culto de Viernes Santo

Culto de Viernes Santo, culto con Santa Cena, viernes 30 de marzo de 2018, Templo de la Comunidad de San Martín.



Culto de Viernes Santo

Culto de Viernes Santo, culto con Santa Cena, viernes 30 de marzo de 2018, Templo de la Comunidad de Alpachiri.




Culto de Jueves Santo

Culto de Jueves Santo, culto con Santa Cena, jueves 29 de marzo de 2018, Templo de la Comunidad de Coronel Suárez.




miércoles, 28 de marzo de 2018

Mensaje de Viernes Santo

Hoy, viernes santo, es noche de silencio.  Silencio por los que sufren y lloran tantas injusticias, silencio de pueblos enteros sometidos a un trato humillante, silencio por tanto y tanto amor que se sacrifica cotidianamente.  Es el silencio de Jesús muerto en la cruz por quienes quisieron acallar su voz.  Es el silencio que sientes ante tanto dolor, fruto de la brutalidad de quienes se ensañan contra los más débiles, desprotegidos e indefensos.  Hoy, percibes toda la hondura y la profundidad del amor y la misericordia de Dios. 
¿Cuál es el peso que agobia tu espalda en esta noche?  ¿Cuál es la carga bajo la cual sientes sometido tu cuerpo, encadenada tu vida?  Quizás el peso de esa enfermedad que apareció de pronto, sin sospechas, y te va consumiendo rápidamente.  Quizás la carga de esa otra enfermedad que desde hace tiempo, lentamente, te va ganando y ya no soportas.  Quizás sea tu preocupación por esa joven adolescente casi niña que carga con un embarazo no deseado.  O por ese joven niño que parece encontrar respuestas a sus preguntas en el alcohol y el vicio.  
Quizás tienes que soportar las largas e interminables colas, ante la guardia en los hospitales, ante la caja para el pago de jubilación en los bancos, ante los trámites en las oficinas de tu obra social.  Quizás la preocupación por tu hijo o por tu hija en este momento de decisiones: que si estudio, que si trabajo, que si espero un tiempo.  Quizás tú, joven, cuando ya las decisiones en tu vida comienzan a tener incidencia sobre ti no encuentres salida a los problemas que te acosan.  Soportas el peso de responsabilidades para las cuales quizás sientes que no estas preparado.  Tal vez te parezca que ya nada tiene sentido.  Tal vez pienses que abres el surco en la tierra sólo para ver crecer la gramilla.  Tal vez sientas que la carga de tu trabajo ya es demasiado para ti.  Que nada vale la pena.  Que nada vale tu esfuerzo. 
Y en esta noche en que el dolor te parece insoportable, en que el sufrimiento se apodera de tu vida para no soltarla.  En esta noche donde sientes que ya estás cansado y harto, harta y cansada, de tantas y tantas preocupaciones, tantos desvelos, tanta miseria en la que parece rodar tu existencia.  En esta noche, en este momento y a esta hora, estás aquí en busca de consuelo.  Has venido con tu carga a cuestas, con el peso del dolor sobre tu espalda. 
Al igual que Simón de Cirene que carga sobre sus espaldas la cruz de Cristo, tú sigues sus huellas cargando sobre tu espalda tu propia cruz. 
Detente.  Levanta tu mirada y dime: ¿qué ves?  ¿Alcanzas a percibir el cuerpo de Cristo en la cruz?  Mira, ¿ves su rostro?  Ese rostro partido, surcado por las lágrimas de su sufrimiento, desfigurado por el dolor y la proximidad de la muerte.  En ese rostro está también tu dolor y tu llanto, tu propio rostro partido.  Allí en la cruz también estas tú, oprimido, sufriente, desfigurado, sin apariencia de persona, sin un mínimo de condición humana; cuerpo maltratado sin gracia ni belleza, explotado, despreciado y humillado; vida condenada, sin juicio ni defensa. 
Observa, ¿ves las lastimaduras en sus manos y en sus pies?  Son las marcas de los clavos sí, pero también son los callos de labranza que hay en tus manos persistentes tras el surco.  Mira, y si observas con atención alcanzarás a ver como el cuerpo de Cristo se dobla cargado por el peso del que sufre.  Tu peso.  Ese peso que agobia tu espalda en esta noche.  Esa carga bajo la cual sientes tu vida encadenada. 
Cuando hay silencio a tu alrededor, en el día o en la noche te sobresalta un grito bajado de una cruz. 
La primera vez que lo oíste, saliste y buscaste y encontraste a un hombre en la agonía de una crucifixión.
Y le dijiste… le dijiste: te bajaré.  Y trataste de arrancar los clavos de sus pies.  Pero él te dijo: déjalos, déjalos porque no puedo ser bajado hasta que todos los hombres, y todas las mujeres, y todos los niños vengan a bajarme. 
Pero dijiste… es que yo no puedo soportar tus lamentos.  ¿Qué puedo hacer?
Y él te dijo: vete por el mundo.  Vete por el mundo y dí a cuantos encuentres que todavía hay un hombre en la Cruz. 
¿Cómo?, preguntaste.  ¿Qué todavía hay un hombre en la Cruz?
Sí.  Hay un hombre en la Cruz.  Hay un hombre en la Cruz por la opresión del hombre por el hombre. 
Por la manipulación del hombre por otro hombre, por la explotación del hombre por el hombre.
Hay un hombre en la cruz porque hay un niño hinchado por el hambre.
Y porque hay otro niño fuera de la escuela.  Y porque una niña es violada.
Hay un hombre en la Cruz. 
Hay un hombre en la Cruz porque hay un alcohólico durmiendo debajo de un puente. 
Y porque hay un enfermo sin atención médica.
Y porque hay un poder atómico tan intenso que un solo hombre, con apretar un botón, puede destruir la humanidad completa.
Hay un hombre en la Cruz. 
Hay un hombre en la Cruz porque un negro es sacado de una iglesia de gente blanca.
Porque hay un hombre que teme a su libertad.
Porque hay otro hombre que no siente el dolor de su hermano.
Hay un hombre en la Cruz. 
Porque este mundo… este mundo lo hizo Dios y en tus manos lo dejó y sin embargo mueren la fe, la esperanza y el amor. 
Hay un hombre en la Cruz. 
Porque hay un cristiano ocupándose solamente de su salvación y dándole la espalda a su prójimo.
Hay un hombre en la Cruz, y habrá un hombre en la Cruz mientras exista una iglesia silenciosa ante el dolor y la opresión. 
Entonces… y entonces, ¿quién está clavado en la Cruz?  ¿Quién está clavado en una cruz?
Es un hombre… es una mujer… es mi amigo… es mi hermano… eres tú... es… es…
¡Es Dios mismo! 

Culto Domingo de Ramos

Culto Domingo de Ramos, culto con Santa Cena, domingo 25 de marzo de 2018, Templo de la Comunidad de Patagones.




lunes, 19 de marzo de 2018

El Bautismo

El bautismo se funda en la voluntad llena de gracia de Jesucristo, que nos llama.  Por él, el hombre es arrancado de la soberanía del mundo y se convierte en propiedad del Señor. De este modo, el bautismo significa una ruptura.  Cristo penetra en el interior del poderío del mundo y pone su mano sobre los suyos, crea su comunidad, así, pasado y futuro quedan separados uno del otro.  Lo antiguo ha pasado, todo se ha hecho nuevo.  La ruptura no se produce porque un hombre haga saltar sus cadenas en un deseo inextinguible de encontrar un orden nuevo y libre para su vida y para las cosas.  Es el mismo Cristo, mucho antes de esto, quien ha realizado la ruptura.  Por el bautismo, el carácter inmediato de mis relaciones con las realidades de este mundo queda anulado porque Cristo, el mediador y Señor, se ha interpuesto entre ellas y yo.  Quien ha sido bautizado no pertenece ya al mundo, pertenece a Cristo y su comportamiento frente al mundo sólo está determinado por el Señor.  La ruptura con el mundo es total.  Exige y lleva a cabo la muerte del hombre.  El hombre muere a causa de la comunión con Cristo, y sólo en ella.  Al recibir la comunión con Cristo en la gracia del bautismo recibe simultáneamente su muerte.  Esta constituye la gracia que el hombre no puede fabricarse nunca.  Es verdad que en ella se produce el juicio que condena al hombre viejo y su pecado, pero de este juicio sale el hombre nuevo que ha muerto al mundo y a su pecado.  Esta muerte no es la repulsa última y airada de la criatura por parte del Creador, sino la aceptación benévola de la criatura por el Creador.  Esta muerte del bautismo es la muerte que nos ha sido adquirida con la gracia de la muerte de Cristo.  Quien se convierte en propiedad de Cristo debe situarse bajo su cruz.  Debe sufrir y morir con él.  Quien recibe la comunión de Cristo debe morir la muerte del bautismo, llena de gracia. 

Es la cruz de Cristo la que realiza esto, esa cruz bajo la que Jesús coloca a los que le siguen.  La muerte de Cristo constituye nuestra muerte única y bendita en el bautismo; nuestra cruz, a la que somos llamados, es la muerte diaria en la fuerza de la muerte de Cristo.  Así el bautismo se convierte en recepción de la comunidad con la cruz de Jesucristo.  El creyente viene a situarse bajo la cruz de Cristo. La muerte en el bautismo es la justificación del pecado.  Es preciso que el pecador muera para ser liberado de su pecado.  Quien ha muerto se halla justificado del pecado.  El pecado no tiene derecho sobre los muertos, su exigencia es suprimida, anulada, por la muerte.  La justificación del pecado sólo es obtenida por la muerte.  El perdón de los pecados no significa que no se los vea o se los olvide; significa verdaderamente la muerte del pecador y la separación del pecado.  Pero el hecho de que la muerte del pecador produzca la justificación, y no la condenación, se basa únicamente en que esta muerte es sufrida en la comunión con la muerte de Cristo.  El bautismo en la muerte de Cristo produce el perdón de los pecados y la justificación produce una separación completa del pecado.  La comunión con la cruz, a la que Jesús ha llamado a sus discípulos, es el don de la justificación que les ha sido hecho, el don de la muerte y del perdón de los pecados.  El don del bautismo es el Espíritu Santo quien es Cristo mismo habitando en los corazones de los fieles.  Los bautizados son la casa en la que habita el Espíritu Santo.  El Espíritu Santo nos garantiza la presencia permanente de Cristo y su comunión.  Nos da un conocimiento exacto de su persona, de su voluntad, nos enseña y recuerda todo lo que Cristo nos ha dicho, nos conduce a la verdad plena, a fin de que tengamos un conocimiento perfecto de Cristo y podamos saber lo que Dios nos da. 
Lo que el Espíritu Santo produce en nosotros no es incertidumbre, sino seguridad y claridad.  Por eso podemos marchar según el Espíritu y avanzar con paso seguro.  Con el envío del Espíritu Santo al corazón de los bautizados no sólo se preservó la certeza de estos, sino que incluso se robusteció y consolidó dicha certeza por la proximidad de la comunión.  Cuando Jesús llamaba a alguno al seguimiento, exigía un acto visible de obediencia.  Seguir a Jesús constituía un asunto público.  Lo mismo le ocurre con el bautismo, que también es un acontecimiento público.  Por él se entra en la Iglesia visible de Jesucristo.  La ruptura con el mundo realizada en Cristo no puede permanecer oculta, debe manifestarse externamente por la pertenencia al culto y a la vida de la comunidad.  El bautizado vive en la Iglesia visible de Jesucristo.  El bautismo y su don constituyen algo único.  Nadie puede ser bautizado dos veces con el bautismo de Cristo.  Quien está bautizado, ha sido hecho partícipe de la muerte de Cristo.  Con ella ha recibido su condena de muerte, ha muerto.  Igual que Cristo murió de una vez para siempre.  Y su sacrificio no se repite, el bautizado sufre su muerte con Cristo de una vez para siempre.  Ahora está muerto.  El lento morir diario del cristiano es simple consecuencia de la muerte única del bautismo, igual que muere poco a poco el árbol al que se le han cortado las raíces.  En adelante es válida la frase: Consideraos muertos al pecado.  Los bautizados sólo se conocen ya como muertos, como hombres por cuya salvación se ha realizado todo.  El cristiano vive de la repetición, en el recuerdo, de la fe en el acto de gracia de la muerte de Cristo en nosotros, pero no de la repetición real del acto de gracia de esta muerte, como si hubiese que renovarla continuamente.  Vive del carácter único de la muerte de Cristo en su bautismo. 

Dietrich Bonhoeffer

domingo, 18 de marzo de 2018

Culto 5to Dgo de Cuaresma

Culto 5to Domingo de Cuaresma, culto con Santa Cena, domingo 18 de marzo de 2018, Templo de la Comunidad de San Martín, La Pampa.




Culto 5to Dgo de Cuaresma

Culto 5to Domingo de Cuaresma, culto con Santa Cena, domingo 18 de marzo de 2018, Templo de la Comunidad de Alpachiri, La Pampa.




lunes, 12 de marzo de 2018

El seguimiento y la cruz

Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar a los tres días. Hablaba de esto abiertamente. Entonces Pedro, tomándole aparte, se puso a reprenderle. Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: «¡Quítate de mi vista, Satanás, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!». Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? Pues ¿qué puede dar el hombre a cambio de su alma? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles» (Mc 8, 31-38).



La llamada al seguimiento se encuentra aquí en relación con el anuncio de la pasión de Jesús. Jesucristo debe sufrir y ser rechazado. Es el imperativo de la promesa de Dios, para que se cumpla la Escritura. Sufrir y ser rechazado no es lo mismo. Jesús podía ser el Cristo glorificado en el sufrimiento. El dolor podría provocar toda la piedad y toda la admiración del mundo. Su carácter trágico podría conservar su propio valor, su propia honra, su propia dignidad. Pero Jesús es el Cristo rechazado en el dolor. El hecho de ser rechazado quita al sufrimiento toda dignidad y todo honor. Debe ser un sufrimiento sin honor. Sufrir y ser rechazado constituyen la expresión que sintetiza la cruz de Jesús. La muerte de cruz significa sufrir y morir rechazado, despreciado. Jesús debe sufrir y ser rechazado por necesidad divina. Todo intento de obstaculizar esta necesidad es satánico. Incluso, y sobre todo, si proviene de los discípulos; porque esto quiere decir que no se deja a Cristo ser el Cristo. El hecho de que sea Pedro, piedra de la Iglesia, quien resulte culpable inmediatamente después de su confesión de Jesucristo y de ser investido por él, prueba que desde el principio la Iglesia se ha escandalizado del Cristo sufriente. No quiere a tal Señor y, como Iglesia de Cristo, no quiere que su Señor le imponga la ley del sufrimiento. La protesta de Pedro muestra su poco deseo de sumergirse en el dolor. Con esto Satanás penetra en la Iglesia. Quiere apartarla de la cruz de su Señor. Jesús se ve obligado a poner en contacto a sus discípulos, de forma clara e inequívoca, con el imperativo del sufrimiento. Igual que Cristo no es el Cristo más que sufriendo y siendo rechazado, del mismo modo el discípulo no es discípulo más que sufriendo, siendo rechazado y crucificado con él. El seguimiento, en cuanto vinculación a la persona de Cristo, sitúa al seguidor bajo la ley de Cristo, es decir, bajo la cruz… 


La cruz no es el mal y el destino penoso, sino el sufrimiento que resulta para nosotros únicamente del hecho de estar vinculados a Jesús. La cruz no es un sufrimiento fortuito, sino necesario. La cruz es un sufrimiento vinculado no a la existencia natural, sino al hecho de ser cristianos. La cruz no es sólo y esencialmente sufrimiento, sino sufrir y ser rechazado; y estrictamente se trata de ser rechazado por amor a Jesucristo, y no a causa de cualquier otra conducta o de cualquier otra confesión de fe. Un cristianismo que no toma en serio el seguimiento, que ha hecho del Evangelio sólo un consuelo barato de la fe, y para el que la existencia natural y la cristiana se entremezclan indistintamente, entiende la cruz como un mal cotidiano, como la miseria y el miedo de nuestra vida natural... Ser rechazado, despreciado, abandonado por los hombres en el sufrimiento, como dice la queja incesante del salmista, es un signo esencial del sufrimiento de la cruz, imposible de comprender para un cristianismo que no sabe distinguir entre la existencia civil y la existencia cristiana. La cruz es con-sufrir con Cristo, es el sufrimiento de Cristo. Sólo la vinculación a Cristo, tal como se da en el seguimiento, se encuentra seriamente bajo la cruz… Toda llamada de Cristo conduce a la muerte. Bien sea porque debamos, como los primeros discípulos, dejar nuestra casa y nuestra profesión para seguirle, bien sea porque, como Lutero, debamos abandonar el claustro para volver al mundo, en ambos casos nos espera la misma muerte, la muerte en Jesucristo, la muerte de nuestro hombre viejo a la llamada de Jesucristo. Puesto que la llamada que Jesús dirige al joven rico le trae la muerte, puesto que no le es posible seguir más que en la medida en que ha muerto a su propia voluntad, puesto que todo mandamiento de Jesús nos ordena morir a todos nuestros deseos y apetitos, y puesto que no podemos querer nuestra propia muerte, es preciso que Jesús, en su palabra, sea nuestra vida y nuestra muerte… El sufrimiento se convierte así en signo distintivo de los seguidores de Cristo. El discípulo no es mayor que su maestro… Quien no quiere cargar su cruz, quien no quiere entregar su vida al dolor y al desprecio de los hombres, pierde la comunión con Cristo, no le sigue. Pero quien pierde su vida en el seguimiento, llevando la cruz, la volverá a encontrar en este mismo seguimiento, en la comunión de la cruz con Cristo…

Tomado de El precio de la Gracia de Dietrich Bonhoeffer

domingo, 11 de marzo de 2018

Culto 4to Dgo de Cuaresma

Culto 4to Domingo de Cuaresma, culto con Santa Cena, domingo 11 de marzo de 2018, Templo de la Congregación Evangélica Alemana de Coronel Suarez.













lunes, 5 de marzo de 2018

Culto 3er Dgo de Cuaresma

Culto 3er Domingo de Cuaresma, culto con Santa Cena, domingo 4 de marzo de 2018, Templo de la Pquia de Bahía Blanca.



DMO 2018

Culto por el Día Mundial de Oración, viernes 2 de marzo de 2018, Templo del Ejercito de Salvación, Bahía Blanca.







Saludo de "hasta siempre"

El 25 de febrero Estela, Walter, Jonás y Benjamín partieron rumbo a Entre Ríos.